Peluquero privado abre escuela en Cuba.

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Gilberto Valladares hizo una incursión en lo que en los países capitalistas se llama "responsabilidad social empresarial" y que ha cambiado el aspecto de un barrio sombrío de la Habana Vieja. AFP PHOTO / ADALBERTO ROQUE
 Gilberto Valladares hizo una incursión en lo que en los países capitalistas se llama "responsabilidad social empresarial" y que ha cambiado el aspecto de un barrio sombrío de la Habana Vieja. AFP PHOTO / ADALBERTO ROQUE
Gilberto Valladares hizo una incursión en lo que en los países capitalistas se llama “responsabilidad social empresarial” y que ha cambiado el aspecto de un barrio sombrío de la Habana Vieja. AFP PHOTO / ADALBERTO ROQUE

Insatisfecho con ser un próspero hombre de negocios privado en Cuba, Gilberto Valladares incursionó en lo que en los países capitalistas se llama “responsabilidad social empresarial” y le ha cambiado el rostro a un lúgubre barrio de La Habana Vieja.

Conocido popularmente como “Papito”, Valladares dejó su empleo en una peluquería del Estado para convertirse en trabajador privado o “cuentapropista”, modalidad que ha florecido en la isla con las reformas del presidente Raúl Castro.

 

Ahora posee uno de los salones de belleza más famosos de La Habana, pero mientras otros cuentapropistas destinan las utilidades a hacer crecer el negocio o a darle mejor vida a su familia, Papito gasta parte de sus ganancias en procurar el bienestar de otros miembros menos favorecidos de su comunidad.

“Siempre digo que el momento histórico de comprometer a los emprendedores con la sociedad es ahora”, dice Valladares en la escuela de peluquería que abrió este año.

En esta escuela hay media docena de alumnos. Eran 15 al comienzo, pero las exigencias académicas y la necesidad de ganarse la vida han provocado deserciones.

Esta pequeña escuela es gratuita, como el resto de la educación en la Cuba socialista. Pero el financiamiento no sale de las arcas del Estado, sino del bolsillo de este peluquero de 45 años.

“Me enteré por unos vecinos que había un curso de peluquería de Papito y me integré. Esto marcó un cambio en mi vida”, indica la alumna Lilian Nargoyes, de 18 años, quien espera algún día abrir un salón de belleza en su casa.

Los alumnos, que estudian durante un año, tuvieron algunos meses de clases teóricas, pero ahora practican cortando gratuitamente el cabello a gente del barrio.

“Hace tiempo que me corto aquí, me gusta mucho porque es cerquita y es gratis, y nos atienden muy bien”, dice el anciano Alfonso Ruiz Cepero.

En el mundo capitalista, la “responsabilidad social empresarial” es un tema de trascendencia, pues los clientes prefieren a las compañías que se involucran con la comunidad y protegen el medio ambiente.

Pero en Cuba, donde el Estado controla desde hace medio siglo casi el 90% de la economía, es algo desconocido.

Con apoyo de la Oficina del Historiador, la entidad estatal encargada de la conservación urbana de La Habana Vieja, Papito abrió también un museo de la peluquería y un pequeño parque infantil, donde los niños se divierten en balancines y toboganes con forma de navaja y tijeras.

Papito y otros comerciantes privados del barrio pagan los salarios a los encargados del mantenimiento de este parque, situado en el extremo norte de La Habana Vieja, cerca del Museo de la Revolución.

Valladares y la Oficina del Historiador de La Habana también han organizado la limpieza de calles y la restauración de las centenarias casas del barrio natal de este emprendedor peluquero, Los Santos Angeles.

La Oficina del Historiador convirtió en paseo peatonal con adoquines la otrora derruida calle Aguiar, donde están la peluquería y la escuela de peluquería.

El vecindario ha perdido su aspecto lúgubre y se ha transformado en una pujante zona turística con media docena de bares y restaurantes privados. Hay uno que usa símbolos de la peluquería en muros y cartas, aunque aclara que sirve “comida sin pelos”.

“Ya se habla de ‘la Calle de los peluqueros’”, dice Valladares con satisfacción.

“Con este salón de belleza yo, propietario, sostengo un proyecto social, o sea, el proyecto económico sostiene el proyecto social que es la escuela”, cuyos alumnos “a veces son víctimas de la familia, víctimas de la propia sociedad”, añade.

Con esta remodelación, la estrecha calle Aguiar adquirió un aspecto cosmopolita. Esto indujo a la Sección de Intereses de Estados Unidos en La Habana -que pronto debe convertirse en embajada- a organizar allí recientemente un espectáculo callejero de música y danza.

“Somos un proyecto comprometido con el barrio, con el momento histórico en Cuba, con los jóvenes, con los niños, con los abuelos”, dice Valladares, quien afirma que “vale la pena” involucrarse con la comunidad.

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