Alrededor de las tres de la tarde del pasado lunes, una multitud de clientes y decenas de vecinos de la barriada circundante se aglomeraban frente al popular Mercado de Carlos III, en el municipio capitalino de Centro Habana. En cuestión de minutos, y para consternación general, habían sido forzados a evacuar todos los departamentos de comercio y las áreas de cafeterías y de esparcimiento debido a una “amenaza de bomba”.
El emblemático centro comercial fue cerrado y los empleados responsables de la seguridad, que casi nunca tienen nada más que hacer que revisar alguna que otra bolsa de clientes sospechosos de robo, se agitaban de un lado al otro, procurando mantener alejados a los curiosos mientras emitían partes por sus walkie-talkies, en medio de un aparatoso despliegue digno de un filme de acción hollywoodiense de esos que transmite la televisión nacional en las noches de sábado. Se habían convertido en los protagonistas del día y disfrutaban el papel.
Somos el único pueblo que, en lugar de huir, se aglomera frente a un lugar donde se anuncia la posibilidad de que estalle una bomba
La abulia nacional en esta ínsula es tal que posiblemente los cubanos son el único pueblo que, en lugar de huir y alejarse, se aglomera frente a un lugar donde se anuncia la posibilidad de que estalle una bomba. Sin embargo, al comprobar que no ocurría nada que mereciera mayor atención, el gentío se fue dispersando paulatinamente, y ya hacia las seis de la tarde apenas rondaban el lugar unos pocos vecinos, más animados que preocupados ante un evento que rompía la rutina cotidiana del barrio.
Fue éste el momento que escogió esta ocasional cronista para acercarse con aire inocente al guardia de seguridad que controlaba la reja de la entrada lateral del mercado, sobre la calle Árbol Seco, e indagar por qué habían cerrado antes de la hora habitual. “Tenemos una situación especial”, me respondió muy serio y circunspecto el interpelado. “¿Y eso por qué, hay algún fuego, algún nuevo asalto a la Western Union, otro escape de gas como el que ocurrió hace unos meses?”
Entonces sentí una mano sobre mi hombro. Era un joven de poco más de treinta años que se había acercado silenciosamente hasta nosotros y había asistido al breve diálogo. Parqueada junto al contén de la acera, su motocicleta Suzuki delataba su condición de agente de la Seguridad del Estado. Venía afable y conciliador, incluso condescendiente: “No, vamos a decirle la verdad a la compañera”, dijo dirigiéndose al custodio uniformado, que al instante quedó convertido en el invitado de piedra. Y volviéndose hacia mí, todavía con su mano sobre mi hombro, me informó que había una “amenaza de bomba” en el mercado y por razones de seguridad habían evacuado el lugar. Dicha amenaza había sido avisada por teléfono, ni siquiera se sabía a ciencia cierta si la bomba había sido colocada en esta u otra tienda, así que desde el día anterior había varios comercios cerrados, por precaución.
“Cualquier cubano puede ser un mercenario del Estado Islámico. ¡Hay que informarse más, compañera! ¿Usted no sabe lo que es internet?”, me dijo el ‘seguroso’
Puse mi mejor cara de sorpresa e incredulidad. “¿Bomba… en Cuba? ¿Usted está seguro de eso? Y si la amenaza fue conocida desde ayer, ¿por qué cerraron este mercado hoy? Pudimos reventar muchas personas, ¿no?” El agente comenzó a perder el buen talante y retiró su afectuosa mano de mi hombro: “Pero, ¿acaso le extraña compañera? ¿Usted no sabe que hubo un turista italiano que murió por una bomba en un hotel de Cuba?”. Respondí: “Bueno, pero eso fue una bomba, no una amenaza. Que yo sepa, nadie ha puesto una bomba en Cuba para después avisar que la puso. Eso es cosa de películas americanas. El que pone bombas prefiere que explote sin avisar”.
Ahora ya el joven mostraba franco disgusto con esta latosa inquisitoria. “Mire, compañera, todo el mundo sabe que después del triunfo de la Revolución ha habido muchas bombas y atentados terroristas contrarrevolucionarios donde ha muerto mucha gente inocente”. Asentí con la cabeza, y añadí: “Cierto, lo de las bombas no es nada nuevo. Incluso antes de la Revolución hubo grupos revolucionarios de ‘Acción y Sabotaje’ del Movimiento 26 de julio que ponían bombas y petardos en cines, parques y otros lugares públicos”.
Fue un golpe bajo de mi parte, lo sé. Esta vez mi improvisado instructor quedó momentáneamente mudo, me miró receloso y empezó a perder los estribos, pero todavía no renunció a aleccionarme. “Oiga compañera, usted debería informarse mejor. Mire, si usted tiene familia afuera, dígale que le cuenten lo que sale en el cable, que hay un grupo terrorista llamado ISIS que tiene ramificaciones en todo el mundo, que Cuba ya se insertó en el mundo y ya estamos globalizados, así que cualquier cubano puede ser un mercenario del Estado Islámico, como el que cogieron hace poco en la Florida que iba a poner una bomba, ¿oyó? Dígale a sus familiares que la informen ¡Hay que informarse más, compañera; hay que estar a tono con los tiempos! ¿Usted no sabe lo que es internet?”.
“Hay que considerar que hay mucha gente en la Florida que no quiere relaciones entre Cuba y EE UU. Va y ellos tienen que ver con la bomba”
Ese fue el pie forzado que yo esperaba: “Óigame lo que le voy a decir, joven, que yo sepa los cubanos estamos tan bien informados por el Granma, toda la prensa nacional y Telesur que no necesitamos ningún noticiero extranjero ni de internet ni de cable alguno para saber lo que ocurre en Cuba y en el mundo. Es más, si no lo dicen en el noticiero nacional de TV, esto de la bomba es otra patraña del enemigo para sembrar el miedo en la población. De hecho, aquí no veo ni grupos de bomberos ni policías ni cierre de calles. La gente sigue circulando por toda la zona y los empleados siguen dentro del mercado. ¿Qué clase de bomba es esa que puede matar solo a los clientes?”.
Obviamente, el agente no tenía respuesta para aquello, así que se fue del guión e improvisó una morcilla: “Esa es otra cosa. Igual hay que considerar que hay mucha gente en la Florida que no quiere relaciones entre Cuba y Estados Unidos. Va y ellos tienen que ver con la bomba”.
No pude contener la risa: “¡Acabáramos!, se estaba demorando. Es decir, que ya no tenemos enemigo imperialista y ahora nos fabricamos otro. Bien, hay que mantener la beligerancia de alguna manera. ¿Qué sería de la Revolución si se quedara huérfana de enemigos?”
De golpe, el joven seguroso comprendió que había sido víctima de una estafa y se puso ceñudo. En vano. La gente alrededor se reía de buena gana. Un viejo vecino de la acera de enfrente selló el breve episodio con una sentencia lapidaria: “Bomba fue la que nos pusieron a todos hace 56 años. ¡Y esa no acaba de estallar!”. Una carcajada general fue el juicio popular más convincente sobre esta insólita “amenaza de bomba” en el Mercado de Carlos III.