Estas Navidades trajeron sosiego a un grupo de balseros cubanos para quienes la llegada a tierra firme estadounidense, tras una tempestuosa travesía por las aguas del Golfo, representa una suerte de milagro.
No era, empero, una estrella en Belén la que los guiaba, sino unas luces, allá en la lontananza, en la costa de los Cayos de la Florida, que los iluminaba como un faro de esperanza.
Empapados, agotados, con la piel resquebrajada por el salitre y el sol, pero en buen estado físico, el grupo de balseros cubanos, 15 de ellos bajaron de la precaria embarcación y se dirigieron al estacionamiento de una farmacia Walgreens, donde los agentes de la Oficina del Alguacil de Condado Monroe los hallaron en las solitarias horas de la madrugada.
Pronto se sumaron a una estadística que asciende en espiral, la del nuevo éxodo de los migrantes cubanos, por el temor que impera en la isla tras el deshielo de las relaciones entre Washington y La Habana. Y no fueron los únicos.
Tres horas más tarde, amanecía la Florida con más de una docena de balseros adicionales que alcanzaron las arenas firmes del cayo Lower Matecumbe, también con buena salud. El reloj no daba tregua, pues la Navidad excedía en concesiones. Apenas habían transcurrido unos minutos, cuando otro grupo de balseros cubanos hizo su aparición en el entorno del parque estatal Fuerte Zachary Taylor, en Cayo Hueso.
Finalmente, cuando rayaba el sol del mediodía, un balsero por sí solo, posiblemente separado de los grupos anteriores, fue hallado en Cayo Grassy. Todos ellos fueron posteriormente custodiados por agentes de Aduanas y Protección de Fronteras.
La ley de “pies mojados, pies secos” una vez más fue agradecida.
El reportero David Ovalle de The Miami Herald contribuyó a esta información.