Washington, 5 sep (EFE).- Con olor a fresa o sandía y un aspecto similar a la marihuana, el “spice” se ha convertido en una de las nuevas drogas sintéticas más consumidas por los estadounidenses que subestiman la peligrosidad de la sustancia, anunciada como “incienso” o “popurrí” en coloridos paquetes.
Con un precio de 25 dólares por tres gramos y medio, el consumo de “spice” se ha multiplicado en los últimos años y, con él, el número de personas que sufren vómitos, espasmos, alucinaciones o episodios psicóticos, indicó a Efe uno de los portavoces de la Agencia Antidrogas de EEUU (DEA), Eduardo A. Chávez.
“He hablado con adictos a la heroína que dicen que prefieren tomar heroína o cristal antes de aventurarse a ver qué puede hacer ‘spice’ a su cuerpo. Si un adicto a la heroína no quiere usar drogas sintéticas porque tiene miedo de cómo va a reaccionar (…), eso ya debe decir todo sobre la peligrosidad de esta droga”, destacó Chávez.
Chávez, que durante tres años persiguió el tráfico de “spice” en la unidad de la DEA en Nuevo México, advierte de las peligrosas mutaciones químicas que ha sufrido la droga desde que apareció en EEUU hace cinco o seis años, cuando sus componentes eran similares al THC (tetrahidrocannabinol, el principio activo de la marihuana).
En ese momento, bajo las etiquetas de “incienso” o “popurrí”, la droga se vendía en gasolineras o tiendas donde se ofrecen pipas, trituradores, vaporizadores y todo tipo de parafernalia para fumar marihuana.
Cuando la droga fue considerada ilegal y la DEA comenzó a perseguirla, el “spice” pasó a venderse en los mismos callejones de la heroína o el cristal, y a esconderse tras los mostradores de las tiendas que antes lo vendían aprovechando el vacío legal y ahora esperan a “las palabras mágicas” para abrir la caja.
“No basta llegar a una tienda y decir quiero un gramo de ‘spice’. Existe un código”, explicó Chávez, que incidió en que el consumo de la droga comienza en jóvenes de 14 o 16 años pero se extiende hasta ancianos y, además, no distingue entre zonas rurales o grandes centros urbanos, como Los Ángeles o Nueva York.
A pesar de que no existe un perfil de consumidor, el mercado de “spice” -conocido en la calle como “K2”, “fuego de Yucatán”, “Genie” o “Bombay Blue”- mira hacia jóvenes a los que muestra la droga de una forma atractiva e inofensiva con diferentes sabores y llamativos paquetes de colores, similares a los de los dulces.
Entre las diferentes marcas, destacan “Scooby Snacks”, con la foto del dibujo animado Scooby-Doo, y “Bizarro”, nombrado así por uno de los villanos enemigos de Superman en la historia de ficción y cuyos envases de color púrpura están marcados con una “S” al revés.
“El problema es que, al ser una droga sintética, una persona no puede saber cómo va a afectar a su cuerpo. Uno puede tomarlo, estar un tiempo drogado y, de repente, sufrir efectos nefastos al cabo de unos minutos”, advirtió el agente de la DEA.
Durante los ocho primeros meses de 2015, los centros de control de intoxicación y envenenamiento de EEUU han recibido más de 5.700 llamadas de urgencia para pedir información sobre cómo actuar ante una sobredosis de “spice”, una cifra superior a la de 2014, cuando 3.682 personas llamaron a estos centros, según datos oficiales.
La droga ya ha desgarrado a familias como la de Connor Eckhardt, un joven de 19 años que murió tras tomar una chupada de un cigarro de “spice”, y que ha emprendido una campaña a nivel nacional para advertir de los riesgos de las drogas sintéticas y pedir políticas más duras a las autoridades.
Según Chávez, los fabricantes compran las sustancias químicas por internet y las importan desde laboratorios de China, que camuflan la droga como “vitaminas” o “tinta para la impresora” para esquivar los controles aduaneros de los puertos de Los Ángeles o San Francisco y aeropuertos, como el John F. Kennedy de Nueva York.
Con estos compuestos químicos, acetona, sabores sintéticos y hojas secas de damiana (una planta legal que crece en Centroamérica, México y el Caribe), los fabricantes consiguen producir grandes cantidades de esta droga sintética en laboratorios clandestinos, muchos de ellos escondidos en el medio oeste de EEUU.
“Recuerdo que, siempre que entraba en una casa o un lugar donde estaban fabricando drogas sintéticas, el olor era como una explosión de dulces. Parecía como si una factoría de fresas hubiera estallado. Así de poderoso es el olor que le ponen a la droga”, destacó el agente de la DEA.
Su fabricación chapucera con productos químicos de origen desconocido convierte a esta droga en un cóctel molotov, con olor a frutas y generador de paranoias, pensamientos suicidas y un lastre para la salud cuyo efecto a largo plazo todavía se desconoce.